miércoles, 15 de julio de 2009

la venganza

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La mañana que Lila lo echó de la casa, Juan se quedó un rato en la esquina para después ir a desayunar a un bar y leer el diario. Antes había avisado en el trabajo. Acusó dolor de garganta y molestia muscular. A media mañana llamó a su hermano Sergio.
–Es por un par de noches –le dijo– después te explico.
Sergio aceptó pero le puso como condición que llegase después de las siete de la tarde.
Juan estuvo todo el día deambulando por la calle. Fue al centro y le dieron ganas de ir al cine, pero se robó un libro de una mesa de saldos. El día se le pasó rápido, al contrario de lo que hubiese pensado. A las cuatro de la tarde le dieron ganas de llamar a Lila. Pero no consiguió cambio y lo tomó como una señal. Antes de llegar a lo del hermano compró un vino tinto.
Juan pasó la noche en la casa de su hermano y su cuñada. No durmió bien, más por las ideas que le venían a la cabeza que por la incomodidad del sillón cama. Sergio y Mónica empezaban los días a las seis cuarenta y cinco de la mañana. Ella se duchaba y él no. Tomaban un par de mates y salían apurados. Sergio se quedaba con el auto, pero antes la alcanzaba a la boca del subte. Ella tomaba la línea A hasta Plaza de Mayo. Esa mañana, Juan espió toda la rutina, pero se hizo el dormido, para no tener que hablar. Después se vistió, agarró un kilo de pan rayado de la alacena y salió. Entró a un supermercado chino y compró dos kilos de pan y una coca cola en lata.
Cuando entró a su departamento vio todo igual. Lila debía estar en la oficina. Eso lo alivió, pero a la vez le produjo una sensación de extrañeza. Se sacó la campera y entró al baño a lavarse las manos. Después prendió el equipo de música. Puso el último cd de Verb a todo volumen. Fue para la cocina y busco un cuchillo. Estaba ensimismado. Pasó un rato preparando la primer parte de plan que había ideado. Cuando terminó separó un pan y le untó un trozo de queso. Se sentó en el sillón y comió despacio. Miró por la ventana, lamentando que la lata de coca estuviese a temperatura ambiente. Abrió la heladera, agarró unos hielos, dejando la cubetera vacía adentro del frezzer. Termino de comer. En su habitación, agarró trescientos pesos que tenía en un cajón, la cámara de fotos y el ipod. Juntó todo cerca de la puerta para luego completar el segundo paso meticulosamente. Cuando terminó, abrió la ventana. Vio dos palomas en la terraza del vecino y se acordó de La novela luminosa de Levrero. Sacó un par de fotos. Todo se conectaba. Cuando la primera paloma se posó en el marco de la ventana, agarró la campera, los auriculares del ipod y salió a la calle. En el semáforo sonrió imaginando la cara de Lila al volver del trabajo. Miles de palomas revoloteando en el living, comiendo las migas de pan que él había esparcido. Algunas cagando arriba del televisor. Otras posadas sobre la biblioteca.
Cuando Lila volvió del trabajo, encontró la ventana abierta, la lata de coca tirada en el piso. Le cayó la ficha. Su relación con Juan se había terminado.

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