viernes, 19 de junio de 2009

asco

Me levanté en medio de la noche. La radio había quedado prendida. Fui al baño sin encender ninguna luz. Hice pis y me miré al espejo. Debían ser las cinco de la mañana. Por la ventana entraba un poco de resolana del patio del vecino. Mi cara brillaba. Me pasé la mano por la frente y sentí la piel suave, tirante. Agarré un algodón y me lo frote por la cara. No me había sacado el maquillaje antes de acostarme. Siempre tuve la piel grasa. Cuando iba a bailar a la matinée, los chicos tenían granos. Les decían choclo y nadie quería bailar con ellos. Mientras buscaba la crema en el mueble me vi las uñas sin pintar, las tenía negras. Sucias. Pensé en bañarme, pero me dio fiaca y volvía la cama.
La noche anterior no había sido como la había imaginado. Con Marcelo nos veníamos calentando por mail hace un par de meses y después de miles de vueltas, me invitó a salir. No nos costó ponernos de acuerdo. Quedamos en encontramos en Cabildo y Juramento. Él vivía en Villa Urquiza y yo en Almagro. Le había pedido el auto a mi viejo, pero apenas me subí, sentí olor a cigarrillo mezclado con aire acondicionado y me dio una arcada. Abrí todas las ventanas y logré llegar sin vomitar. No encontré lugar para estacionar y tuve que dar una vuelta manzana. Marcelo estaba parado en la esquina. Era alto, debía medir casi dos metros. Tenía puesto un sobretodo marrón, de paño. Demasiado abrigado –pensé. Y yo sin tacos. Doblé en Juramento y encontré un lugar. Nos saludamos y lo primero que le aclaré es que no había cenado. – Yo tampoco –me dijo y se le ocurrió que podíamos ir a un tenedor libre que quedaba a unas cuadras de ahí, por el barrio chino. Caminamos rápido. Entramos y elegimos una mesa sobre la ventana. El olor a fritanga me inundó, pero no quería parecer una histérica y me lo aguante toda la noche. Marcelo no me desagradaba del todo. Además hacía tiempo que no salía con ningún chico. Era divertido, pero no de esos que cuentan chistes, sino más bien irónico e intelectual. Demasiado flaco para mi gusto. En un momento me imaginé presentándolo en familia. Papá, mi novio, Marcelo. Y esboce una sonrisa. Él acercó su boca a la mía. Pero le vi eso blanco, seco, que se forma en la boca, en la comisura de los labios y me tiré para atrás. –Voy al baño –le dije. Volví y pedimos la cuenta. Me acompañó hasta el auto. Chau, le dije. Nos hablamos, me contestó.
Cuando me volví a despertar ya había pasado el mediodía. Me di una ducha y bajé a comprarme algo para comer. La avenida Córdoba estaba llena de gente, no se podía caminar. Se mataban por comprar ropa. Algunos negocios tenían colas de hasta media cuadra. Entré a la panadería, me compré un sándwich y esquivando a todos, volví a mi casa.

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