Mirta acomodó las pantuflas blancas de pelo largo debajo de su cama. Tomó un último sorbo de leche caliente y apoyó su vaso preferido, el de flores, en la mesita de luz. Apagó el velador y se acostó. Así en ese orden. Unos minutos más tarde, lo prendió de nuevo para corroborar si las pantuflas seguían ahí. ¨Parecen dos gatitos¨, dijo en voz alta. Apagó el velador y se durmió.
Al día siguiente, al levantarse, lo verificó otra vez. Los dos peluches blancos inflados y relucientes se asomaban debajo de la cama. Es que quizás ella, durante la noche se había levantado al baño, y no se acordaba.
Esa mañana, Mirta se despertó con el pie izquierdo, como lo hacía desde hace treinta años, el tiempo exacto en que Raúl se había ido de la casa. Se había ido así, de un día para el otro y no se había llevado nada.
Entonces, lo primero que hizo Mirta fue agarrar el diario que aparecía por la rendija de la puerta principal. Y así con el diario abajo del brazo, caminó hasta la cocina. Lo apoyó en la mesada de mármol y prendió la hornalla izquierda delantera, usando el magiclick. No le gustaba el olor a fósforo quemado que le quedaba en los dedos. Eran las seis de la mañana y todavía era de noche. Pronto se iba a hacer de día y guiada por eso, por ese indicador temporal, Mirta iba a abrir la canilla de la ducha. Pero como para eso todavía faltaba un rato, decidió desayunar primero. Sin apuro, sacó de la heladera una bolsa con panes negros, de salvado y semillas. Sacó un par y los puso a tostar. Después les untó queso blanco de los dos lados, y los comió despacio agarrándolos por los bordes. Volvió a guardar la bolsa de pan y el queso y sacó la jarra con leche. Sirvió un poco en un platito, que tenía al lado de la heladera y otro poco en un vaso largo de vidrio templado. Cuando terminó, miró el piso para detenerse en las pantuflas. ¨¿Cómo durmieron anoche?¨, preguntó. ¨Ahora mamá se va a bañar, se portan bien, ¿si?¨. dijo sacándoselas.
Le pareció que el cielo había empezado a aclarar. Se asomó al balcón y espió al portero que baldeaba la vereda. Después volvió al baño y abrió la canilla, esperando que el ambiente se llenase de vapor. Para ella la realidad adentro de la ducha era otra. A veces se le ocurría cantar una canción de cuna, otras algún tango. Siempre se enjabonaba los pies, las piernas y la espalda con una esponja rosa con forma de corazón, y los brazos, el cuello y la cara, con la otra, la verde. Después se ponía shampoo. Se enjuagaba el pelo y salía. Ese día hizo lo mismo de siempre. Le gustaba salir de la ducha y que el agua siguiera corriendo un rato, contar hasta diez, y recién ahí apagarla. Envuelta en su bata de toalla negra, amagó con escribir algo en el espejo empañado, pero se arrepintió y se sentó en el inodoro. Se miró las uñas de los pies, tenían el esmalte rojo saltado. Separó los dedos haciendo fuerza mental. Le gustaba ver como se abrían y se cerraban. Repitió ese movimiento tres veces.
A media mañana llegó Carmen. Le trajo fruta de estación, leche descremada y cosas de limpieza. Mirta no limpiaba nunca, pero Carmen compraba lo mismo todas las semanas. Como tenía llave, entraba sin hacer ruido, dejaba todo en el piso de la cocina y se iba. Pero ese día, Mirta la vio. Ella estaba pintándose las uñas de las manos del mismo tono que la de los pies, sentada en el sillón. Al escuchar la llave en la puerta se paró de golpe. ¨Carmen¨, le dijo, ¨venga, venga. Siéntese¨.
Carmen no pudo disimular su desgano, dejó las bolsas en el piso y se sentó enfrentada a Mirta, en el sillón floreado de un cuerpo. MientrasMirta se soplaba las uñas húmedas, Carmen la miraba incómoda. ¨Bueno, me voy, nos vemos la semana que viene¨ le dijo. ¨Quédese un rato¨contestó Mirta. Carmen no se había sacado el abrigo, ni había dejado la cartera, la apretaba con fuerza contra su brazo, sin darse cuenta. ¨¿Por qué no se queda un rato más? Ahora, a las doce, llega¨.
Carmen sonrió y no contestó. Sabía que no tenía que llevarle la contra. Tenía miedo. La hija de Mirta le pagaba por hacerle las compras y llevárselas, pero por hacerle compañía, no. Ese es otro precio, pensó.
Se quedaron calladas un largo rato. Mientras, Mirta se pintaba las uñas. Cuando se le secaba el esmalte, se miraba un rato las manos y se volvía a pasar el quitaesmalte. Usaba un algodón chiquito que humedecía demasiado e invadía el living con un olor intenso. Repitió la rutina, hasta ver en el reloj colgante que faltaban cinco minutos para las doce del mediodía. Como todavía no se le habían secado, le pidió a Carmen que acercara el televisor. Carmen se paró y movió la mesita hasta colocarla en el medio de las dos. ¨¿Ve bien desde ahí?¨,le preguntó. ¨Sí, sí¨, contestó Mirta agregando ¨Ahora haga silencio por favor¨ Carmen miró fijo el televisor todavía apagado. Amagó con parase nuevamente. Quería irse. Pero pensó que no tenía demasiado que hacer en su casa y que un rato de tele no le vendría mal. Así que colgó la cartera en el respaldo del sillón y relajó los hombros.
A las doce en punto, el reloj avisó la hora, simulando campanadas de Iglesia. Mirta le pidió a Carmen que prendiera el televisor. El canal ya estaba sintonizado. Se sacó las pantuflas, las acomodó al lado del sillón y se recostó. Carmen no podía ver bien la imagen porque el sol se reflejaba en la pantalla, entonces movía la cabeza de un lado para el otro, intentando disimular. Mirta no la miraba, estaba sumamente concentrada. ¨¿Sabe usted que Lidia Elsa Stragnaro figura en el libro Guiness de récords mundiales por las 34.000 horas de permanencia frente a las cámaras?¨, le preguntó a Carmen. Y sin esperar ninguna respuesta agregó, como recitando de memoria ¨En agosto del 56 empezó su vida en los medios. Primero hizo una publicidad de vinagre. Ella sólo había visto televisión una vez en su vida y ni siquiera tenía un aparato en su casa. De un día para el otro se convirtió en la mujer más famosa del país. Aparecía en la pantalla veintidós veces por día. En los comienzos todo iba en vivo, hasta las publicidades, Pinky también las actuaba, lo que la llevó a entrar en una vorágine loca entre distintos estudios y cambios de vestuario y peinados. En el 58 ya tenía su propio programa Buenos días Pinky. Llegó a ser la estrella mejor paga de la televisión argentina. En el 61 debutó haciendo entrevistas en el periodístico Nosotros con Bernardo Neustadt¨. Carmen asentía con la cabeza. ¨Qué interesante¨, repetía cada tres segundos. Mirta parecía poseída, cada vez se acercaba más hacia la pantalla.
¨Hola Pinky¨, dijo saludando con la mano, cuando Pinky del otro lado de la pantalla saludó al público.
¨Bien, bien¨, dijo cuando Pinky preguntó ¿Cómo andan mis fieles espectadores? Y así siguió contestándole hasta que fueron al corte. Mediodías con Pinky era el típico programa de cable. Un sillón de tres cuerpos pasado moda, una planta artificial y pésima iluminación.
Mirta aprovechó la publicidad para ir hasta la cocina, agarrar la jarra de leche, y volver rápidamente a sentarse en la misma posición. Estaba cada vez más cerca de la pantalla. La luz le reflejaba las mejillas, marcándole las arrugas. Cuando volvieron de la tanda Pinky anunció al invitado, pero Mirta siguió hablando ensimismada. ¨Entre el 73 y el 78 no estuvo en pantalla. El regreso fue con Con sabor a Pinky y después empezó en el noticiero. Tenía el pelo tirante con un rodete y usaba unos trajecitos hermosos, ¿no se acuerda? El programa se llamaba Pinky y las noticias. ¿No le suena?¨, le dijo, esta vez sin mirarla.
Carmen le dijo que sí, que se acordaba, pero ya estaba empezando a preocuparse. Por un momento pensó en llamar a la hija, pero ya estaba por terminar el programa. Mirta seguía hablando. ¨En el 79 inauguró las transmisiones en color. Fue un momento realmente emocionante. Ese mismo año nació Luli y desapareció Raúl¨
Después de decir esta última frase le dirigió una mirada a Carmen, que ya no sabía qué contestarle. ¨Ella es la memoriosa de la tele. Pero yo también tengo memoria. El día que Raúl se fue, estábamos viéndola. Pinky sabe todo de mi vida. Y cuando digo todo es todo. Cuando nació Luli, Luli usted la conoce, ¿no?¨, dijo exaltada. ¨Sí, señora Mirta¨, dijo intentando calmarla.
Carmen ya no miraba el televisor. La voz de Pinky sonaba a lo lejos, tapada por una música suave que hacía de cortina del programa. Quedaba un solo bloque.
¨Le digo que cuando nació Luli, Pinky tenía puesto ese blazer negro entallado, con un prendedor plateado. Ese día lo anunció en la tele¨, dijo Mirta acariciando las pantuflas que tenía apoyadas sobre sus rodillas.
Cuando terminó el programa, Carmen se paró, se puso el abrigo y agarró la cartera. Se acercó despacio y le acarició la cabeza. ¨Me voy señora, nos vemos la semana próxima¨, e dijo llegando a la puerta. Mirta apagó el televisor, y fue para la cocina. Las pantuflas brillaban al lado del plato de leche.
jueves, 7 de octubre de 2010
-un cuento viejo-
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